Acerca de la Ciencia pueden hacerse multitud de apreciaciones. Podemos decir de ella que es una gran empresa colectiva, con el potencial de involucrar a toda la humanidad en el desarrollo del conocimiento sobre el mundo que nos rodea, un conocimiento que nos provee de una perspectiva de la realidad objetiva y universal, que puede ser compartida por cualquiera. Es fácil reafirmarse en esta visión de la Ciencia cuando se observa el constante trasiego de investigadores de todas las nacionalidades en las universidades, los congresos internacionales en los que se reúnen eminencias de todo el mundo o las publicaciones académicas en las que nombres chinos, anglosajones, árabes o españoles pueden firmar distintos artículos o incluso uno mismo.
No obstante, ante esta visión idealizada podemos contraponer otras más mundanas. Podemos hablar de la Ciencia como el fundamento de todo el progreso técnico, y por tanto como pilar fundamental de una economía avanzada. Como una herramienta que permite mejorar la vida de las personas desarrollando curas a las enfermedades, técnicas de cultivo más eficaces o fuentes de energía más limpias. También podemos señalar que la Ciencia nunca ha sido inocente, pues siempre estuvo ligada a las carreras armamentísticas, pues disponer de la tecnología más avanzada puede ser determinante en la guerra. Podemos relacionarla con los intereses de los poderes económicos que tratan de usar el conocimiento y la tecnología para su propio beneficio.
Así pues, la Ciencia es una actividad humana con una gran importancia política. Provee de reputación y de una excelente oportunidad para la cooperación entre Estados, constituyéndose en una fuente de poder blando (algo que nuestro país ha venido haciendo fatal en los últimos tiempos, como expresé en este análisis hace algún tiempo). Y las repercusiones de su práctica imponen el deber moral de orientar el desarrollo de sus frutos en la dirección correcta, poniéndolos a disposición de toda la sociedad, sin excluir a los más desfavorecidos ni servir al interés egoísta de los más poderosos. Por eso resulta procedente el matiz de este día conmemorativo, que no es sólo Día Mundial de la Ciencia, sino también para la Paz y el Desarrollo, que este año tiene un particular carácter conmemorativo: el 70º aniversario de la proclamación del derecho a la Ciencia como parte de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 27:
Derecho a participar en la vida cultural, artística y científica
1.Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.
2.Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.
Es fundamental hacer políticas que fomenten ese progreso y que garanticen ese derecho a todas las personas. Impulsar la Ciencia que sirve para mejorar la vida de las personas, y no sólo los beneficios de las corporaciones; y la que estimula a las pueblos a cooperar entre sí para avanzar en un proyecto común y a construir la Paz, frente a la que les sirve para competir en la guerra. En definitiva, una Ciencia de todos y para todos.